
Piso la primera piedra y me caigo, tropiezo con un arbustito y lo rompo. Agarro mis lágrimas y mis rings sin contestar y sigo subiendo.
Me lleno de polvo y más polvo, claro, a esta hora del sol pasan los muebles con sus carretas lustradas, llenas de muestras de medicamentos. Les pregunto para donde queda la cima (charla entre ellos) y me señalan para arriba, para los costados y para abajo, acompañado de un "la cima es hasta donde vos puedas llegar".
Sin entender mucho les di una lustrada y seguí por el sendero en el cual ruleros y secadores me habrían el camino, me soplaban la tierra de más y las ramitas que me podían hacer tropezar. Además me subían las lianas y las hojas que no me dejaban ver, todo servido con té en taza grande con 3 cucharadas de azúcar y babyscuit.
Llego al campo más abierto y verde que jamás haya visto. Desde ahí podía ver nubes con proyector de fotos viejas, recostarme en camas acolchonadas y abrir la heladera para darme cuenta que todo sigue en su lugar.
Un lugar vacío, salvo por un sector lleno de margaritas blancas y papel tissue extra suave con olor a ropa con Gramby que atraía a débiles constantes con patologías sin conocer.
Me poso en vértigo y sin tener miedo caigo, siento el viento cada vez más fuerte, la superficie cada vez más cerca y sin darme cuenta a ella que me sigue y me muestra que hacer para sentirla cada vez más cerca y saber que aunque no la tenga, está.