domingo, 16 de enero de 2011

La extraña, extraña.

La veía siempre ahí, con una expresión rara, no me atrevo a decir triste, rara.
Frágil como un pilón de cajas de mudanza, inocente como muchos creen y poco entienden y sensible como un lápiz cuando le sacan punta.
Un día ahí, iluminada por la lluvia (cuando está mas oscuro de lo que debería estar) seria y vestida con colores que atraían al arcoiris; me atreví a hablarle:
"Hola" - le dije.
"¿Hola, cómo estás?" - me respondió con los pómulos bien arriba.
"Bien, ¿y vos?, ¿Estás bien?.
"No, acabo de notar mi falta de alegría que todos mencionaban" - me dijo con calma y con una voz que costaba salir del medio de su garganta.