sábado, 22 de mayo de 2010

Un corto camino al cielo.

Hacía mucho calor en esa caldera, ya los chamuscos de envoltorios de Tita y de Lenguetazo de Tuti Fruti empezaban a chorriar recuerdos que no quería vivir.

Entonces salí, por suerte se largó a llover y no tenía paragüas, necesitaba algo refrescante y picante.
Al primer bar que fui, me ofrecieron ese trago, sin el picante, aunque al ser ácido me hizo casi el mismo efecto. Salí y era otra persona, mucho más fría y con sentimientos, cargando un maletín lleno de dibujos de niños y crayones color almíbar.

Me imaginé todo lo que podía pintar con esos colores, desde almíbar de flan de coco hasta las patas de ese canario. Un canario, al principio me pareció raro, porque pensaba que sólo se tenían en jaulas hogareñas, entonces lo seguí con la mirada. En un momento lo perdí, se había parado dentro del ojo de una estatua de calabera, pero al minuto salió con todo para arriba, como si lo hubiesen llamado de urgencia.

Traté, traté de seguirlo con la vista, pero no había ido la semana pasada al oculista y seguía teniendo el 2.50 en cada ojo. La intriga me podía más que el estómago chillando entonces agarré una escalera que encontré por ahí, una de mármol gastada en el medio.
Subí, y subí mucho pero mis muslos ya ardían y mi sangre era aceite de bujías, entonces opté por el ascensor, hermoso sea de paso.

Me desperté, y no sabía si me había dormido hace 5 minutos u horas, sin embargo el ascensor seguía subiendo. Decidí pararlo, limpiarme la baba y salir.

Ahí estaba el canario comprando pintura blanca.