
Esquivando hormigas y manos con papeles publicitarios llego a mi casa.
Sin saludar y con la mochila en un hombro entro corriendo a mi cuarto, abro mi placard y ahí estaba, la pila de remeras milimétricamente ordenadas, suspiro y dejo la mochila en mi cama, al lado de dos remeras marcadamente planchadas.
Con mucho cuidado las apoyo arriba de la primera de la columna.
Miro por la ventana y suspiro otra vez, la torre de la esquina seguía subiendo, sin obreros, pero subiendo.
Yo soy Ñata, una mujer sin costumbres y de una gran cadera. No suelo pedir cosas por correo, nunca se que dirección poner o decir y por eso conozco varias zonas de la ciudad.
Ayer estaba tomando sol en el octavo piso, me tosté bastante y con los ojos claros me queda bien, eso me dice el espejo por lo menos.
Hoy me levanté y quise hacer lo mismo, pero en cambio, tenía a toda una familia alrededor mío enviándome al décimo, mi supuesta nueva casa.
Claro, yo estaba durmiendo y no me di cuenta que a Clara le habían planchado las dos remeras que usó hace 2 días.