
Tratando de aprender danza con los ácaros me encontré a la escoba, nacida para ser modelo pero atrapada por su fobia al agua. Tenía una gran cabellera de diversos colores y tamaños.
Las medialunas opalinas de las 10 torres se caían todos los lunes después de comer y antes de la siesta. La mesa se quejaba cuando caían carcomidas y sadi mocrac na íacod na ucaba je uqes ase mal.
El malestar de dos agujas sincronizadas hacían que el líquido se convirtiera en algo viscoso, placentero para el tacto, asqueroso para el olfato e indiferente para el oído.
Después de todo esto, agarré mi bolsa de cereales y me fui al rincón, que está al frente de el del burro, para armar columnas de consuelo a mis gotas.
El burro me preguntó porque estaba tan mal. Yo no le quería contar, me daba verguenza (o güegüenza según mis amigos de Villa Soldati) y pánico. Hasta que se me escapó un "bueno" y una seguidilla de palabras como "todos", "los", "días" "pierdo", "pelos", "uñas", "babas", "lágrimas", "palabras" ... " y", "tengo", "miedo", "de", "no", "recuperarlas".
El burro se empezó a reír tanto que se le escapó un moco. Metió su pata en el bolsillo de donde sacó dos cosas; 1 parecía pegajosa y se la puso en su nariz, la otra era una tarjeta que me entregó y decía: "FÁBRICA DE REPUESTOS HUMANOS. Trabajamos sólo cuando está soñando".