martes, 10 de febrero de 2009

McCuento

- "¿Rutina?, ¿Rutina?, ¿Tu crees que tienes una rutina?, yo te voy a contar lo que es tener una rutina." Me dijo el anciano que me estaba dando el vuelto y mi McCombo 4, antes de contarme esto.

- "A las 6 en punto las gallinas empezaban a emitir sonidos, no de esos comunes de gallinas, sonidos...algunas veces parecían dentaduras con parkinson, otras, uñas rasguñando un pizarrón y cuando era el día de suerte gemidos de chicas playboy. Los días de suerte eran la inspiración para levantarse y caminar en columna hacia la sala en donde nos esperaban docenas y medias docenas de muñecas aniquiladas por sus "pequeñas princecitas." (está en comillas porque lo dice burlándose como el gordo de la prepa en las películas estadounidenses).

[INTERRUPCIÓN DEL CUENTO]
-"¡Hey!, hace media hora que lo está atendiendo a este hombre. Una imagen muy tierna, ¡Falta que se lo siente en la falda y le de un vaso de leche mientras le cuenta la historia!."
[FIN DE INTERRUPCIÓN DEL CUENTO]

El anciano apoya sus anteojos sobre la mesada y con una voz calma le dice: - "Mire jovencito, yo espero que no se pierda la décima cuarta temporada de Lost, ya que bajó en los comerciales para comerse la séptima hamburguesa que va en el día. Pero le tengo una noticia, que supongo usted ya sabe, lo repiten todos los domingos a la noche, o sea hoy, así que quédese tranquilo que de hambre ni de intriga no se va a morir. Además, me tomo el atrevimiento de decirle que una historia como ésta no la va a ver ni en un canal para niños, salvo que vaya a la biblioteca, que dudo, porque todavía no existen las expendedoras de grasa vacuna."

El señor se quedó estupefacto en su lugar sin decir una palabra, yo miré al viejo mas atento que nunca y comentó: -"Estos incrédulos no saben esperar, yo le termino la historia, no le molesta, no?."

Con mi panza pidiendo ayuda y con mis ojos viendo a los de este señor regocijados de alegría y entusiasmo no tuve otra respuesta que: - "No, claro que no".

- "En que estábamos...¡ah si! en el tema de las mocosas...En esa sala nos pasábamos toda la tarde, arreglándolas para un par de locos que no combinaban ni hasta sus cordones, gente creativa, esos vinculados al arte, que nadie sabía para que las querían. Después de ahí, al baño, lleno de moscas y mucosas, te resbalabas con cualquier cosa menos agua, pero yo tenía mi ingenio, sisi. Había robado pequeñas narices de muñecas y las había pegado en la suela de mis zapatos, ¡Que agarre!, ideal para una ducha mohosa. En fin, todos nuestros días eran iguales, esperábamos a tal hora porque sabíamos que íbamos a hacer tal cosa, era como que tal sabe que en el talón se pone talco, todos los días. Queríamos algo distinto, todos, los 58. Lo veíamos difícil porque estábamos en el medio del mar, en una isla pero no veíamos ni palmeras, ni arena, ni ninfas. Sólo el mar, que sabíamos que detrás de esa bruma estaba la gran tierra firme, que nos esperaba con cantidades de cosas para hacer, tantas que podíamos elegir y seleccionarlas por color, altura, grado de riesgo de incendio y peso. Finalmente nos decidimos, no dormimos y atamos todas las sábanas y cabellos de muñecas que encontramos. Con un par de tirantes de cama hicimos un trampolín para que nuestro salto fuera más largo y preciso y, claro también, mucho más divertido".

En ese momento lo interrumpí. -"Disculpe, ¿Usted estaba en la cárcel?."

- "Prisión mi querido, son cosas diferentes. En aquellos tiempos era ilegal usar la botella del lechero para poner agua fresca, decían que cortaba el ciclo de cremosidad. Fui un delincuente, lo acepto. ¡Pero chico!, no me interrumpa que después no se en que estaba, ¿En que estaba?."

"El gran escape"- dije.

- "Oh si! En ese momento, uno de nosotros pedía ayuda, movía sus brazos y escupía, pobre...es que estábamos sudando a cataratas y el más forzudo siempre va abajo. Cambiamos de lugar y seguimos bajando, ¡Tocamos agua fresca!. ¡Ya éramos libres!, como niños sin flotadores ni mamás vigilando, aunque...algo si nos miraba, eran temibles carteras de lujo con diente afilados y colas kilométricas. ¡Hay que mal estábamos en ese momento! Hubiese preferido comer un sandwich de leche cortada. Todos asustados, tratábamos de correr, disculpa, nadar para todos lados, pero...no sabíamos que era para todos lados. Sin embargo, en medio de tantos salpicones (no los de pollo, papa y mayonesa) veo a Julio subido a una de estas grandes bestias sonriendo y cabalgando como si fuese su nueva mascota. Todos nos dimos cuenta de esto y empezamos a investigar. Algunos tocaban sus orejas y hacían de su dedo un hisopo, otros les enseñaban el abecedario como si pudieran entenderlos y los más osados dibujaban historias en sus dientes mientras le sacaban el sarro.
Como verás, estos animales eran totalmente inofensivos, venían a acompañarnos en nuestra fuga y ya habían formado parte de nosotros, en sólo 15 minutos, lo que tarda un McCombo 4 en ser entregado. Acá tiene señor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te extrañaba. Qué bueno que volviste para oider deleitarme con tus cuentos!