viernes, 23 de noviembre de 2007

pan, queso, pan...

Hoy a la mañana, Clara, no escuchó el despertador y se despertó 1 hora más tarde de lo habitual. Estaba muy apurada y enojada a la vez, tenía temor de llegar tarde al trabajo. No pudo bañarse ni desayunar en su casa (rutinariamente unas tostadas con queso blanco y mermelada, cualquiera que sea oscura) por lo cual la ponía de muy mal humor.
Salió de su casa y tropezó con una baldosa floja de la vereda, cayó con sus dos rodillas en un cantero con mucho pasto húmedo regado de rocío. En ese momento sus rasgos delicados y suaves se transformaron en duros y oscuros mientras subía corriendo por las escaleras hasta el 2° D para cambiarse el pantalón.
Mientras se estaba cambiando vio su billetera arriba de la mesa y por un momento agradeció su tropezón.
Clara se toma todos los días laborales el 39, que la deja a una cuadra y 38 pasos del estudio contable en donde trabaja hace ya un año como secretaria de su jefe. Ya habían pasado 10 minutos y aparece el primer colectivo, levanta su brazo a una altura por arriba de su cabeza, cruza miradas con el colectivero y éste jamás frena. Los nervios y la cantidad de miradas al celular para ver la hora, eran peor que los latidos de un bebé recién nacido y se transformaron en los de una rata de alcantarilla cuando vio pasar a otro que decía fuera de servicio.
Pasaron 2 minutos y ve agitar una mano de un Golf negro; era Gonzalo, su jefe, que la estaba llamando para que suba. Cuando entra al auto, él la saluda con una renegada por el tránsito infernal que lo había retrasado toda la mañana.
Ninguno de los dos había desayunado así que pasaron por una panadería y Gonza la invitó con una tarta de ricota y un lemon pie para el.
Cuando salen de la panadería a Clara le caen dos gotas en la mejillas, mira para arriba y el cielo se encontraba desaturadísimo con unas pocas pinceladas blancas, corrieron rápido hacia el auto. Apenas cerraron las puertas una sinfonía de baldazos empezó a empapar la ciudad. En ese momento ella pensó que le hizo bien no poder bañarse.
Los días tienen altos y bajos, sólo tenemos que aprender a darnos cuenta cuando algo bueno nos pasa (aunque sólo sea algo que nos incite a sonreír) y no quedarnos exclusivamente con el recuerdo de lo que nos hizo enojar o entristecer.

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