miércoles, 26 de diciembre de 2007

aire


Familia Ontanari, Las Toninas 2004.
En el verano siempre se iban a Uruguay, preferentemente Punta del Este. Este año los acompañaba el abuelo por lo cual tuvieron que elegir un lugar más tranquilo y con ese aire que cura a los ancianos, o por lo menos con eso se entretienen pensando.

El abuelo Hubaldo era una persona muy interesante para Clara, la más grande de los dos hijos. Le contaba historias tan fantásticas e increíbles a la vez que cuando las recordaba no sabía si las había vivido, leído o sólo soñado. Le costaba hacerle regalos ya que sólo se emocionaba con libros y ya los había leído a todos. Su casa no necesitaba muebles de madera; bien se las arreglaba con 30 libros para una mesita de luz ó 15 para un apoya pies.
Como todo buen lector era un constante escritor y, a la vez, muy bueno. Llevaba escritos, 487 frases de indios salvajes, 1142 estrofas de postres para cenas de galas y comidas familiares, 962 cuentos de hormonas femeninas y masculinas y otros 457 de historias comunes. Como se nota, tenía un amplio catálogo para presentarse. Clara le había dicho muchas veces de presentarlo a editoriales pero el se conformaba con que se le pasen las horas haciendo lo que le apasionaba. "Son horas guardadas para cuando necesite revivirlas" decía y se negaba a escribirlas en ese aparato que quita concentración y deforma la escritura, solía decirle a la computadora.

Una noche paseando todos por la peatonal de Las Toninas, a Hubaldo se le cayó un escrito sobre la importancia de las esquinas para los negocios neutros, como la gomería, la librería de útiles escolares, la retasería...
Leo había visto el papel cayéndose del bolsillo de su abuelo pero no le dio importancia porque pensó que era la factura del libro que había comprado a la tarde.
Eran las 11 de la noche y nadie había comido, se habían entretenido con un payaso que tiraba agua por el dedo gordo del pie mientras dibujaba con el otro hermosos paisajes con tintas naturales.
Al primer restaurante parrilla que vieron se metieron. Todos pidieron asado menos Ángela que optó por fideos con queso porque estaba con náuseas debido a su embarazo.
El anciano quiso leerle a su nieta el borrador y no lo encontró. Clara para no quedarse con la intriga le preguntó de que se trataba y para consolarlo le dijo que si todavía lo tenía en la cabeza podía reescribirlo. A lo que el le contestó que toda unión de palabras surgía una sola vez, como los momentos. Pero que si, aún podía plasmar la misma idea de una manera diferente.

Pasaron 15 años. El abuelo no pudo resistir al humo denso que brotó una noche de los libros que sostenían la maseta de la cocina en donde había estado pecando con un habano la noche anterior.
Clara quiso volver a Las Toninas como recuerdo. Lo encontró totalmente diferente y a la vez familiar. Estuvo una hora discutiendo son su marido por si se habían confundido de localidad.
Había mucho mas verde en el centro de la ciudad, las casas parecían de barrio (muy similares) y lo que la despertó de esa familiaridad fue que sólo los negocios se encontraban en esquinas, el resto de la cuadra se reservaba para casas, plazas y algunos bares.
Una manzana eligió por sobre todas. Era una plaza sin juegos, solo árboles, bancos y flores. Pero con un detalle, una gomería, una retasería, una casa de comidas y una librería de útiles escolares en cada esquina.
Se dio vuelta y le susurró a su marido: “Cerrá los bolsillos y dame un beso largo”.

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