domingo, 2 de diciembre de 2007

de aquí y de allá

Hoy cumplimos con mi marido 1 año de casados. Quiero sorprenderlo y me propuse cocinar. Estoy buscando alguna receta en querico.com pero ninguna me tienta demasiado, no se porque será.
Mi abuela se levantaba todas las mañanas al amanecer para ir a buscar leche al corral y empezaba a amasar la mezcla que se convertiría en un delicioso alimento de la base de la pirámide nutricional.

Me asomo por la ventana, entre balcones y personas que ya considero mis vecinos, veo el cielo totalmente gris con una franja de luz que se exhibe como un pecho con el cierre bajo de la campera.
Prendo la tele para saber como va a estar el resto del día pero ningún canal me entiende. Me conecto y, como lo suponía, a las 3 de la tarde empiezan los primeros chaparrones.
Un halo de luz chocó con mi mejilla y de a poco me fui despertando. No era un día muy alegre, pero especial para domingo. Salgo a la galería y me encuentro con mi papá que estaba preparando el fluviómetro. –“En cualquier momento se larga, vamos a ver si hoy tenemos un record”- me dijo.

Sigo buscando recetas, hay muchos videos explicativos, todos hablan de un olor que inunda el estudio, se me hace difícil conectarme con eso porque el único olor que siento es el de manzanilla que sale de mi cabeza recién enjuagada.
Mientras me desvestía para entrar a la bañera sentía como, entre los cerrojos y las uniones de las puertas, se filtraba el aroma de un tuco casero con laurel fresco.

Quiero estar linda para cuando llegue mi marido, estoy viendo que camisa combina mejor con la pollera que me regalé ayer pero la sierra del edificio que están construyendo al lado me distrae.
RIIIINNNGG. Se me cae la copa que tenía en la mano, mancho la alfombra y con mucho éxtasis atiendo. Me calmo al escuchar las palabras paposas del chico delivery. Tenía mucho hambre.
Yo me encargaba de hacer la limonada y de sacudir el mantel antes de servir la mesa. Cuando los 3 estábamos sentados con toda la vajilla, se escuchaba el roce de las vasijas que mi abuela acomodaba para ir sirviendo la comida. La más esperada era una bordó amarronada de barro que sostenía el plato principal, en este caso, conejo a la pomarola con albóndigas de sésamo cubiertas de cubos de zapallo con queso derretido.

Otra vez me trajeron lo que no quería, yo pedí chaw mien, no chaw fan. Con lo que cobran me parece que no tendrían que andar equivocándose, ellos saben que no es lo mismo.
Termino de comer y guardo en la heladera, junto a 5 frasquitos más, la salsa de soja; la agridulce la use toda en los arrolladitos primavera.
Todos estábamos muy llenos. Las patas traseras de la silla de mi papá ya estaban acostumbradas a rechinar y reclinarse 2 cm hacia atrás cuando el estaba satisfecho.
Sin embargo, todavía estábamos todos ansiosos a la despampanante llegada del postre.

Después de una hora de siesta escucho unas llaves luchar contra la puerta y un delicado cierre. Cuando me quise levantar estaban los labios de mi esposo apoyados en mi frente. Lo recibí con un abrazo que cubría toda su espalda y un “Llegaste temprano”.
Durante toda la tarde no pensé en otra cosa que mirarlo a los ojos y deslizar mis manos sobre su burbujeante piel.
Es casi tradición, cuando se terminaba de comer, ir a dormir una siesta. Pero ese día la rompimos y quisimos jugar todos juntos al chinchón en la galería. Recuerdo que perdí y la cara de felicidad de mi abuela al ganar 8 semillas de maíz.

1 comentario:

lexi dijo...

hermosa tu historia! felices fiestas!