sábado, 8 de diciembre de 2007

la instantánea y la que perdura


Delante de el había una hoja, de esas que son exitosas en otoño, se movía de a segundos recorriendo todas sus vistas. A esta se le sumaban unas amigas: unas con hepatitis bailaban siguiendo la dirección del viento, contentas y vivaces como si fuera su último día. Otras, más jóvenes, no tan maduras, daban la sensación de que se movían porque era divertido y adoptaban el mismo movimiento que la de la de adelante.

Su paleta verde, roja, amarilla y blanca le duró horas. Ese antojo que tienen los niños por lo dulce se le iba de a ratos para alimentar su vista.

Sabía que se estaba haciendo tarde, había visto pasar a una señora con las bolsas del supermercado ya hace un tiempo y empezaba a necesitar un buzo, su piel de gallina se lo imploraba.

Ata sus cordones y pedalea lo más rápido que puede, da pequeños descansos a su asiento para impulsarse cada vez más. En 10 minutos llega a su casa pensando que su cena iba a estar arriba de la mesa con un plato apto para microondas.
Sin embargo encuentra a su hermano arqueado en el piso gritando desaforado con el joystick en la mano.
Podía haber “dado vuelta” un juego o que se le desconectara el transformador en medio de la diversión.
Era una mezcla de ambas: Estaba feliz por haber pasado el juego pero con desasosiego por no tener otro con que jugar.

En cambio yo, tenía mil y un dibujos en mi mente de las formas que había dejado esa broza.

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