Cuanta nube pasaba por mi cabeza, se estaría calentando demasiado que hacía subir al 75% de mi agua.
Quería descansar pero no podía, cerraba los ojos y en lo negro se dibujaban muchos escenarios al mismo tiempo que jugaban con mi mente y rodeaban la coronilla.
No podía distinguirlos, se mezclaban, pero había uno que mostraba poder, era tan o más importante como la única taza no chascada de la alacena.
Temía tanto que me atrapaba con sus difusos contornos y sólo me dejaba mover mis pies, luego a mi cadera que se levantaba, y arqueada, impulsaba a mis pulmones a desahogarse de tanto misterio.
Las agujas del reloj se metieron a defenderme, llegaban a las y 10 dónde las esperaba esta oscuridad que de un soplo las volvía a dejar juntas.
Siguieron luchando hasta que un ruido externo, un silbido agudo de abuelo, espanta al irregular.
Inmediatamente todos mis músculos se aflojan y mis párpados se abren como dos persianas a las 7 de la mañana.
domingo, 16 de marzo de 2008
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